A primera vista, nada delata que este cincuentón seductor, con melena despeinada y gran conversador, es sobrino de Ernesto Guevara de la Serna, el Che, uno de los argentinos más famosos del siglo veinte. Tampoco su acento porteño lo descubre, deslavado por extensos periodos en Cuba y en España, donde reside actualmente. Pero cuando Martín Guevara comienza a hacer la historia de su vida, queda claro su lazo con el Ché, ese tío que nunca conoció pero al que quiso emular en pequeñas acciones cotidianas de rebeldía.
Al leer su libro “A la sombra de un mito. Un sobrino del Che Guevara relata los 12 años que vivió en Cuba”—traducido al inglés como Shadow of a myth, por Adrianne Miller—, su relación con el Ché, familia y “héroe” a la vez, se presenta como una búsqueda angustiosa de la verdadera naturaleza del ser humano. A veces, la narración recuerda a la de esos santos católicos atormentados por la duda y por no ser suficientemente merecedores del Señor.
Martín fue rockero, mochilero, directivo de una compañía y ahora escritor. De vuelta de todo, decidió escribir estas memorias para quitarse de encima el peso del mito. A la vez, Martín logra documentar en toda su complejidad una época idealizada por muchos cubanos, quienes no tenían acceso, cómo él, a una vida que existía sólo para el disfrute de extranjeros y de la élite.
Así comienza nuestro diálogo.
¿Cuánto tiempo estuviste en Cuba exactamente?
Yo estuve físicamente del año 1973 hasta el 1988, con un año en el medio que me fui a Argentina cuando llego la democracia, desde el 83 hasta finales del 84 y de ahí volví a Cuba. Quitando ese año y medio, me quedé hasta el 88 cuando el Consejo de Estado y mi madre me dijeron que me fuese de Cuba.
Cuéntame de tu primera impresión cuando llegas a la isla.
Cuando yo llegue a Cuba en el 73, ahí me empezaban a explicar que tenía un tío que había luchado, porque a los 10 años yo no sabía nada de mi tío Ernesto…
¿Y por qué no sabías nada de tu tío Ernesto?
Porque en Argentina se alternaba una democracia con golpes militares, no tan cruentos como el del 76 pero siempre había golpes militares. El comunismo en esos años era algo muy combatido, muy perseguido, y mi tío era una persona que había hecho estallar a Latinoamérica, incluso después de su muerte. Por ejemplo, Fidel se hizo más guevarista, todos se empezaron a hacer más guevaristas. Como estaba muerto, pues ya, se acabaron los problemas. Y entonces mi padre y mi madre nos cuidaban de esa manera, que en el colegio no lo estuviésemos hablando mucho.
Nosotros somos una familia tradicional argentina, los Guevara Lynch y de la Serna, que eran en un inicio las familias pudientes, las familias que colonizaron Argentina. Con lo cual siempre de todas maneras en ese sentido siempre estábamos cubiertos, aunque hubiese un familiar guerrillero. Eran años de cuidarse.
Cuando llegamos a Cuba entonces sí me cuentan la historia de él… A mí me gustaban mucho los personajes de la literatura y la fantasía, que también habían luchado para favorecer a los pobres, con todo ese lenguaje que la izquierda secuestra, del proletario y el campesino. Un poquito lo que hizo Roma después de matar a Cristo, que secuestró ese lenguaje. En nombre de eso, hacer el mal es más fácil porque después, el que se sienta bueno no sabe cómo luchar contra el dueño de ese lenguaje. Te sientes como el demonio. Si nací en Cuba y me dicen que Fidel trajo comida y yo hablo mal de Fidel, es muy difícil.
Martín, cuando recuerdas tu niñez en el libro, mencionas que vivir en el Hotel Habana Libre era un estatus social. Háblame más de esas distinciones sociales.
Cuando llegamos a Cuba nos esperaban unos carros “Volgas”, unos guardaespaldas y nos llevan al hotel Habana Libre. Y nos suben a una suite, con cinco restaurantes a nuestra disposición. Cuando salimos a caminar ese mismo día, ya un niño como yo de 10 años se da cuenta que todo es mentira. Que precisamente ese hecho nos hace a nosotros mejor que el resto de los cubanos que veíamos en la calle.
Yo iba todas las mañanas y pedía un huevo frito con jamón para desayunar en una de las cafeterías del Habana Libre, y me llevaba unos bocadillos al colegio para darle a mis amigos o al conserje para después podere fugarme mas fácil, típica cosa de muchachos. Y dos o tres meses así hasta que llega uno del ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos) y me dice “todo lo que hemos contado es verdad, en este país todo el mundo es igual allá en la calle, pero no todo es perfecto, estamos tratando de construirlo. Te vamos a pedir que no lleves más los bocadillos de jamón a la gente porque se van a llevar una idea equivocada, porque pueden confundirse”. Y ahí es donde yo tomo contacto con las dos grandes características que al cubano se le escamotearon: el jamón y la verdad.
Sin embargo, muchas personas han idealizado esa década, como años en los que hubo verdadero igualitarismo y más abundancia.
No, no lo hubo. Cuando uno viene a este país y da un paseo por Key Biscayne, uno dice no, el rico cubano no pasa por ahí. Pero tú eres lo que sientes en tu sociedad. Y en Cuba, tener dos Ladas, acceso a un yate y a poder viajar y traer cosas, era algo distintivo. Pero luego lo que era prohibitivo era tener dólares, traer “pitusas”, películas de Rambo, todo eso, porque era lo que se le decía a la población que no debía sentir ninguna atracción por ello.
La primera tienda del INTUR (Instituto Nacional de Turismo) se hizo en el 76 en el hotel Habana Libre. Uno iba con una tarjeta, se pagaba en pesos cubanos pero previamente había que haber pagado en dólares Y crearon un comité dentro del Habana Libre que preparaba a los trabajadores. El ascensorista y la de la perfumería nos contaban que les daban una muela aleccionadora política sobre que esas cosas no había que desearlas. “Son para los capitalistas que son malos”, decían. La contradicción era enorme pues les decían que “el capitalismo es malo” pero ellos veían que los extranjeros tenían acceso a lo mejor del país.
De repente empezó la Diplo (Diplotiendas, tiendas en dólares para turistas y residentes extranjeros en Cuba). Todo lo que era Diplo era mejor. “Diploniña” era una niña bonita, que no era para uso de la población. El cubano empezó a tenerle odio al carnet azul, porque en ese tiempo el carnet azul era el de los cubanos y el verde para los extranjeros.
Además había siete tipos de estratificaciones para los extranjeros, la sociedad más estratificada que había visto, eso nunca se cuenta. Un sistema de castas tremendo. Primero estaban los estudiantes angolanos y salvadoreños, que tenían derecho a un poco más que los cubanos pero mucho menos que los demás. Luego, venían los estudiantes asturianos y gallegos que se habían quedado, pero podían viajar cada dos años con 2,000 pesos cubanos. Después, exiliados, como los chilenos, los residentes temporales con más caché, técnicos extranjeros, turistas, diplomáticos, y luego los millonarios españoles. Y cada uno de esos tenía sus tiendas.
¿Cómo vivían los miembros de la élite política que conociste?
Yo desde que llegue decidí tener las amistades que quería tener. Un compañero, no recuerdo cual, me dijo que la “juntadera” con Evelio, mi amigo desde quinto grado de la primaria, no era buena. En ese tiempo yo me sentía llamado por esa cosa revolucionaria, y todo lo que creía era que había que rebelarse contra lo mal hecho, como dijo el Che en la carta a los hijos, dondequiera que haya una injusticia, no dijo si en Cuba o no, donde quiera, hay que denunciarla.
Tenía diez u once años, pero con esa fantasía que ya me habían metido, de ayudar a los pobres, yo me quería hacer amigo de los que yo veía mas carenciados, pero con mucho sentido de la rebeldía. Y la gente del Departamento de América me llamaban la atención, que debía juntarme con las familias revolucionarias y de ser posible la de comandantes y generales. Yo no me codeaba con ellos pero estaban mis primos y, claro, íbamos a algunas fiestas.
A mí me parece una perversión humana ese tipo de mal llamado socialismo que pretende que todos sean a rajatabla obligados a vivir pobres, porque eso ya lo trató de hacer Mao Tse-Tung y salió peor que en Cuba. El humano de por sí necesita un sabor rico. Necesita el placer, forma parte de nuestra vida. Pero respeto mucho más a alguien que si lo propone, lo vive también, aunque en ningún caso me parece natural. Pero claro cuando un tipo está diciendo eso y se apropia de todas las casas de visita…
Las casas que ellos tenían no eran solo las casas en Siboney o en Miramar. que eran grandes, con choferes. El tema era el poder que tenían. Por ejemplo, el poder de Fidel no lo tiene Bill Gates. Gates puede comprar hasta cierto punto en los Estados Unidos, tiene todo el dinero del mundo. Pero llega un punto en que ya no puede. Fidel, lo que decía era ley.
Cuando estaba en la beca, el director me trataba mucho mejor porque pensaba que yo los fines de semana veía a Fidel. No vaya a ser que le contara las cosas malas que había en la beca. Era una cosa de un miedo, un terror, que de niño no sabes por qué pero cuando vas creciendo dices, a ver, ¿por qué la gente tiene tanto miedo?
Como joven lo que veía era esas diferencias muy marcadas, mucho menos grandes que en el capitalismo, pero en el capitalismo queda claro para todos es una sociedad desigual. Pero en Cuba todas las carencias que había, el pueblo las estaba soportando porque supuestamente todos lo estábamos pasando mal. Somos todos iguales pero unos somos más iguales que otros.
Entonces esa parte yo creo que fue muy dura. Me he encontrado en España con personas que vivieron el período especial y me dicen “¡Tú viviste los años de abundancia!” Imagínate, como un judío que haya sido muy pobre antes del 39 pero después tuvo que pasar por Auschwitz.
Hay un episodio dramático en el libro, cuando narras la golpiza que recibiste en la beca. Cuéntame un poco más sobre tu experiencia en las becas cubanas.
Cuando entro a la beca mi padre estaba preso y yo vivía a la par esa prisión. Yo veía que en Cuba si hablabas, te metían preso 20 años. En Argentina te metían preso y te mataban. No era cuestión de la derecha o la izquierda. Era intolerancia. Lo único que a mí me interesaba en ese entonces era el rock, por esa nueva onda de gente que lo que quería era libertad, no muelita ni de izquierda ni derecha. Libertad.
Las becas cumplían con bastantes cosas. Primero, quitarlo (al muchacho) de la familia, desarraigarlo. Aunque sea con buenas intenciones, porque otros, no solo Fidel, pensaban que así iban a crear un hombre nuevo. Pero siempre de esa forma conductista. Los sacamos de la familia, la familia es un concepto burgués, un concepto católico, religioso. Después se fueron viendo las calamidades de eso.
Para mí la beca era como una prisión. Hasta tenía unas divisiones étnicas muy claritas. En los albergues de varones habían guapos que eran de un estilo, unos niños más estudiosos que eran de otro. Los más desaventajados en la escuela, allí se desquitaban. Era un momento difícil, era un bulling a lo loco, o sea, donde además tenías que soportar, ser guapo, ser “hombre”. Como en las películas de las prisiones, si te caían a golpes no ibas a dar quejas. Simplemente te quedabas callado y al otro día con un miedo tremendo, hasta que aprendías a fajarte y a robarle también a ellos. Todo era por el lado malo. Aprende a robarle al estado y puedes vivir en Cuba. Todo el mundo roba. Te acostumbrabas a eso. Te metían una galleta, después lo cogías y le metías un palo en la cabeza. Te llevaban a ese terreno de la maldad. Los niños se volvían locos, había depresiones y un nivel de alcoholismo brutal. Había también un nivel de suicidio terrible.
En el libro también narras tus experiencias durante el éxodo del Mariel. ¿Cómo justificaban los adultos que te rodeaban los actos de repudio, el hecho de que miles de personas quisieran abandonar el país?
En ese momento fue cuando yo me di cuenta que eso andaba muy mal. Porque yo vi en la Marcha del Pueblo Combatiente cómo le tiraban piedras a la gente dentro de la embajada [de Perú]. Gente bailando rumba y gritando “que se vayan”. Después se abrió el Mariel, empezaron los golpes en todos los CDR, en todos los lugares donde se iba alguien, había gente más o menos cruel. Era delincuencia común. Esa maldad la fomentaron, era algo como contra los judíos. A los judíos se les llamaba ratas y en Cuba, a los que se iban les decían gusanos, fíjate cómo deshumanizaban al ser humano. Yo hablo de lo que vi, por eso cuando me dicen ‘su tío fusiló y tal’, yo les digo, no es que no lo crea, pero a otros les toca hablar de eso, yo voy a hablar de lo que yo vi.
Fidel ahí es el responsable primero de quitarle el gentilicio a la gente. La cubanía la repartía él y si no le gustabas, no eras considerado cubano. Y ahí en el Mariel, lo veías mucho. Usando al pueblo contra la gente. Yo vi un muchacho que había pasado por un reformatorio, pero con un sentido de justicia inusual, hablarle a los policías de manera muy respetable. Cuando la policía fue a golpear a una familia, el tipo se metió por delante con un machete y no dejó que los tocaran. Eso fue en 1980, en Alamar. En ese edificio se partió en dos algo, la sociedad. Antes de eso, había gente que sentía de verdad el internacionalismo, que iba a Angola porque quería, se sentía orgullosa. Algo se quebró ahí. Después de eso, todo pasó a ser mentira. De los 125,000 que se fueron con el Mariel, 99.9 por ciento habían sido criados por la revolución. Todos eran gente desencantada. Ese fue un gran palo para la Revolución pero Fidel lo transformó en éxito porque al otro día dijo que el nivel de delincuencia había bajado.
En tu libro no hablas mucho de Fidel Castro. ¿Tu familia no tenía mucho acceso a él?
Al principio sí. Pero después ya no. Mi padre cuando se fue de Cuba dejó claro que quería que viviéramos de una manera asceta, sin ningún privilegio. Me contaron que Fidel cogió un cabreo muy grande con nosotros los Guevara y con muchos exiliados, que se estaban aprovechando demasiado porque todo lo pagaban con crédito en el Habana Libre e iban todos los días al cabaret Turquino a beber. Entonces a mi familia, a mi tía y a mi abuelo, los mandaron a Marianao, y a nosotros a Alamar, y nos habían dejado claro que era porque mi padre quería que nosotros nos criáramos en un barrio obrero y que yo fuese a la beca. Por lo cual yo no le tenía ningún agradecimiento a mi padre porque la beca era una cosa espantosa. Alamar era como una cosa hecha completamente contra todo sentido de la estética.
Fidel es un fenómeno muy interesante que habrá que estudiar, igual que mi tío, nunca por las cosas que declaran ellos. Trato de ver las razones más cercanas, en la familia. En el caso de mi tío venía de una familia aristocrática venida a menos y las primeras novias de mi tío eran todas de apellidos fuertes y tenían mucho dinero. La manera en que lo trataron...Y una persona de tanto orgullo, como somos en los Guevara, claro le dio por eso y a Fidel le pasó un poco lo mismo. Cuando un guajirito como él llegó a Belén, la manera en que se burlaban de él, hijo de un gallego, gente de estirpe y de alcurnia…
¿Cómo habla tu familia del Che?
Mi abuelo, por supuesto, en términos mucho más humanos. Era su hijo. Pero mi abuelo nunca se dejó llevar por la moda revolucionaria que toda la familia se dejó llevar y copió ese lenguaje. A él le gustaba mucho la comodidad de su clase y eso nunca lo perdió. Me contaba cosas de sus antepasados Lynch y los irlandeses que lucharon con los ingleses, y los vascos contra los españoles, y que Ernesto había sacado de esas cosas. Más que ponerlo en términos de política, él lo explicaba como algo de la sangre.
Mi tía Celia, que es una de las personas que más quiero y respeto por sus convicciones, era uña y carne con Ernesto. Lo quería muchísimo. Ella nunca ha podido ver las fotos ni las películas de su muerte. Pero nunca habla de él, ni del héroe ni de nada. Ella respeta mucho Cuba, no le puedes hablar mal de Fidel ni nada. No le gustan nada esos presidentes de América, pero ella tiene una lealtad muy grande a lo que hizo su hermano y no lo puede tocar. Sin embargo cuando ha hablado conmigo del hermano, habla del hermano puro, de lo increíble que era.
Yo en mi búsqueda de mi tío trato de hacer la división entre cuando conoció la muerte, ya sea porque le mataron gente al lado, le dieron un tiro o cuando él mató por primera vez en la guerra. Yo creo que ahí hubo un cambio. Hasta ese momento era un personaje de viajar, atender leprosos…Después siguió ayudando a los pobres, pero con un poco más de resentimiento contra los ricos, que ese es el ingrediente que no me sirve. Yo creo que hay que ayudar a los pobres pero el resentimiento no hace bien.
¿Alguna vez te hablaron de algún tipo de contradicción entre el Che y Fidel?
No, él dice que no, porque él confía en Fidel. También es un padre muy leal. Se comió más de ocho años preso. Es como un soldado del hermano mayor. Sigue creyéndolo. Eso no lo puedo entender, ¿qué más necesita?
Hay personas que aseguran que cuando Fidel lee la carta de despedida del Che, este estaba todavía en Cuba. Se dice que había conflictos entre ellos sobre cómo dirigir la Revolución.
La carta que comentas fue una de las cosas tremendas que le hizo Fidel. Ya había muchas discusiones de él con Fidel, con Carlos Rafael Rodríguez, que quería la alineación total con el partido comunista de la Unión Soviética. Y el Che se planteaba más lo de Tito en Yugoslavia. Pero ya Fidel había decidido por Carlos Rafael que pertenecía al PSP (Partido Socialista Popular), aunque había sido muy desconfiado de todo el partido comunista cubano, menos de Alfredo Guevara que era su amigo personal.
No sé si estaba en Cuba o en Checoslovaquia. Lo que si sé es que el Che le dijo a Fidel que la carta era para él, personal, no era para el pueblo de Cuba. Leer esa carta en público significaba que no vuelvía más. Un tipo con ese orgullo, que ya lo estaban matando en vida, era una sentencia. Después que él muere, los 5 que quedan vivos salen a tiros. Urbano, Benigno, todos salieron a tiros, eso demostró que se podía salir.
En el diario que escribe el Che en Bolivia, hay varias referencias a “Manila”, una referencia codificada a Cuba, y él repetía que no llegaba información de allá.
Yo creo que él nunca llegó a visualizar la traición de verdad de Fidel; de que la sintió, claro que sí. Encima de eso la tristeza por la muerte de su madre. Mi abuela nunca le ocultó a los demás hijos que el preferido era Ernesto, mucho antes de que fuera el Che. Y ella murió cuando el estaba en esas guerrillas.
Yo creo que, y esto ya es especulación, el realmente en un momento se planteó lo de la burocracia en Cuba. Él quería la revolución, y de hecho lo hizo, se fue a lugares, al terreno, pero se fue más bien a morir. Y también creo yo, a purgar las cosas mal hechas. No quiero decir que él habrá pensado “qué mal que hice en La Cabaña”. Pero en algún momento, de eso no se puede sentir orgullo y si lo sintió, muy mal. ¿Entonces todo el mundo tiene derecho por diferencias políticas a eliminar al oponente? Es increíble, porque era un hombre muy culto, y hablaba de filosofía con Sartre y Simone de Beauvoir. Pero tenía un pragmatismo muy radical. Y eso no va con Cuba. Porque Fidel ni baila ni hace chistes, le hacen chistes de los demás pero no de él. Cuba es un país muy especial. No le iba bien una cosa así cerrada como la Unión Soviética.
Recientemente la revista Letras Libres publicó una entrevista a Alfredo Guevara en la que este dice algo similar y eso ha escandalizado a mucha gente.
Eso es lo que yo siempre pensé. Ese país con esa forma de bailar y sentir la realidad, eso no era el lugar para el realismo socialista. Se pudo medio meter por un tubo pero no aguantó mucho tampoco.
Yo creo que uno de los problemas de las revoluciones es que han hablado en nombre de la humanidad en abstracto y no del hombre concreto que tenemos delante. Ese es un tema que aparece en el texto “El hombre y el socialismo en Cuba.” Y el Che fue tomado como un teórico y sus ideas sirvieron para justificar determinadas políticas.
Fidel nunca creyó en esas cosas, el Che sí. Cuando el Che hablaba del reconocimiento moral, no material, él se lo creía, porque él quería que se le reconociera moralmente más que materialmente. Él era muy extremista en eso, muy extremista. Él dejó todas las comodidades en Argentina para dedicarse a esto. Todo el mundo de la dirigencia estaba muy contento cuando el Che se fue, se lo habían quitado de encima.
Tú mismo cuentas que el Che no quería convertirse en un burócrata aburguesado.
Efectivamente. Eso fue para mí fue lo que lo salva, lo que lo retorna a ese tío mío que valoro mucho; el hombre pensador y solitario, un poeta y un romántico que termina él mismo yéndose a su muerte. Para mí, el Che, y lo digo como un elogio, era pésimo para dirigir masas. Era muy bueno dirigiendo un grupo de gente porque decía la verdad, decía “miren, vamos a morirnos”. No era proselitista, si no estabas de acuerdo te bajabas y ya. Fidel era maravilloso, un gran mentiroso, que miente a millones.
Hay gente que me pregunta aquí en Miami por los fusilamientos. Yo de eso no puedo hablar. A él lo usó Fidel. El Che no mentía, fue a las Naciones Unidas y dijo que estaban fusilando y que seguirían fusilando. Fidel nunca ha dicho eso, sin embargo fue quien lo mandó a hacer todo eso. Hasta con su amigo [Arnaldo] Ochoa lo mandó a hacer. Yo no hablo de esa época, primero, porque yo no estuve; segundo, porque es mi sangre. Y luego porque en esos años, tanto la izquierda como la derecha, resolvían las cosas con violencia tremenda. No era sólo el Che, no era copyright de él, no. Y por eso no lo toco tanto, pero al decir lo que yo valoro y lo que creo que está mal, ya está claro que eso no entra dentro del paquete.
Aleida Guevara, una de las hijas del Ché, lleva una intensa vida política, viaja mucho hablando de su padre, alimentando el mito. Sin embargo, usted ha tomado un rumbo más crítico. ¿Usted sigue en contacto con su familia en Cuba? ¿C ómo tomaron ellos este libro?
Obviamente, no solo ellos si no todos, hasta mi padre, no hemos hablado de eso.
Yo de los primos y los familiares no hablo nada malo por eso mismo. La manera de diferenciarme de ellos cuando han hablado mal de mí es no hacer lo mismo. No te voy a fusilar porque yo creo que está mal lo que tú hacías, que era matar y fusilar. A diferencia de ellos, yo sí soy tolerante. Aprendí a vivir entre aquellos que no piensan como que yo. No tengo ningún problema que Aliucha (Aleida) sea mi prima y piense como piense. Lo que le exijo es que tampoco tenga problema conmigo y que permita que todos los cubanos piensen como les de la gana y tengan el mismo acceso al poder que tiene ella.
El libro, con eso ellos no comulgan, nunca lo van a asimilar. Ernestico fue mi mejor amigo como primo, el hijo menor. La hija mayor del Ché, Hildita, que murió de cáncer, también fue una prima querida. Sinceramente, ellos tienen que representar un personaje, cuando te dan una cosa o aquella otra. Muchos me dan la espalda porque tienen que hacerlo. No lo encuentro muy valiente, es verdad, no les daría una medalla por eso. Pero entiendo que tienen que hacerlo. En Cuba hubo una época que se iba tu hermano a Estados Unidos y te ponía en muy mala posición. Te venían a ver para decirte que no le podías escribir y te lo tenías que tragar. No te podías ni cartear con tu hermano. La gente sacrificaba al hermano, a mí me pasa lo mismo. No me lo tomo personal. Tengo derecho pero no lo hago.
¿Cómo reaccionó tu familia cuando encontraron los restos del Che?
Mi tía Celia y mi padre fueron a Santa Clara. Yo toda esa pantomima no la soporté. Les cuestioné por qué apoyaban eso. Primero que toda la vida hemos sido ateos y ahora te me vienes con un tema del alma, ¡no! Pero que se apropie Fidel, que no le hizo nada de caso... “Como mínimo tendrás que aceptarlo”, le decía a mi tía Celia, “que Fidel no lo ayudó en nada”. Ella dijo que él no podía. El hecho es que no lo ayudó. Lo dejó solo, y Latinoamérica se llenó de guerrillas hechas por Fidel.
¿Qué pasa? Occidente valora la juventud, y los tipos que hayan sido fuertes, capaces y que mueren jóvenes. Todo eso lo cogió Fidel, que es más bicho. Cuando el Che murió, Carlos Puebla le cantó, todo el mundo vino a cantar y los intelectuales también. Ojo, Cuba fue quien lo abandonó. Fue muy difícil hacer que la intelectualidad, quitando a Vargas Llosa, se manifestase realmente diciéndole a Fidel, no, tu eres un dictador, me da igual si de izquierda o derecha.
Donde único no ven al Che como un mito es en Miami por lo que sabemos. Pero en todos lados es igual, en Hollywood también. Yo hablé con Benicio del Toro cuando estaba haciendo la película del Che y me dijo que admiraba mucho al Che. Yo le contesté: “Benicio cuidado, porque la forma en que mi tío veía a un latinoamericano, en tu caso un puertorriqueño que se va a Estados Unidos a los 15 años para ver si tiene suerte en el basquetbol a buscar dinero, ¡no te la quiero contar!”
Hoy la gente lo idealiza, se compra la camiseta de él y se fuma un porro… Hay que tener cuidado con lo que se idealiza. Él encarnaba la libertad, la rebeldía, si, pero de una manera determinada. Cuando se peleó con la Unión Soviética fue porque Nikita (Kruschev) ya le parecía muy flojito y muy corrupto, a él le gustaba Mao. Eso es lo que le hizo pelearse con Fidel y los rusos, porque aquí la traición máxima es la de los rusos, que obligaron a Fidel a no ayudar. Es una idea que tengo, no es una certeza, pero estoy casi convencido por varios datos que me han dado.
Uno de los mayores aciertos del libro es tu manera de deconstruir el dilema de la izquierda latinoamericana, esa izquierda que insiste en apoyar el socialismo al estilo cubano, pero siempre desde la comodidad que brinda estar en otro país, con mayor holgura económica …
Mejor de lo que lo has dicho no se puede decir. No se puede negar. Es la verdad. Y eso te lo dice gente con cinco o seis negocios que puede ir a todos lados y te dicen “¿pero cómo estás en contra de Cuba”. Esos mismos si yo les entregara un carnet azul y los mandara para Cuba estarían presos. Porque si quieren hacer negocios, eso es business y les hablo de los años que yo viví, en que no podía tocar un dólar.
El modelo de sociedad que a mí me gusta es hacia arriba no prohibamos nada. En cuanto empiezas a prohibir una cosa, es una cadena. Pero el comunista siempre ha sido así, quieren repartir lo de Rockefeller pero cuando ellos tienen que repartir para abajo ya no. Así no vale.
¿Cuándo fue la última vez que fuiste a Cuba?
Fui hace como seis años porque mi hijo grande tuvo un accidente y estuve como 15 días. Esa vez no fui a Alamar. Yo fui en el 93 y pasé por allí y no había nada. Cuando bajamos en el aeropuerto decía Aeropuerto “os art”, estaban borradas las letras del cartel “José Martí”. En aquella época había “alumbrones”, no apagones. Para mi fue un shock.
En la Unión Soviética la gente se iba por los montes Urales con peligro de morir congelados, que se los comiera un lobo o los mataran a balazos los guardias. En Alemania saltaban el muro con un tremendo peligro de que los mataran y en Cuba, la gente prefiere cruzar esas noventa millas con esos tiburones, en vez de reunirse y luchar porque no creen que tendrá ningún resultado. El problema de Cuba no es el hambre. Ahí el problema es “el obstine”, que se convierte en angustia, una locura y un estrés.
El Nuevo Herald
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