Por primera vez detalles de la relación entre el Che y Aleida March se conocen de cerca, en el libro de esta, Evocación, mi vida al lado del Che
«Solo unos años después supe cómo él había vivido nuestro primer encuentro. Fue una carta escrita desde el Congo, en 1965: “Cuando rocé la marca que había dejado en tu piel una venda, se desencadenó dentro de mí una lucha entre el revolucionario irreprochable y el otro, el verdadero Che».
Al libro que atesora estas confesiones, Evocación, mi vida al lado del Che, su excepcional autora, Aleida March de la Torre lo considera simplemente una excusa para narrar memorias, las suyas junto al legendario médico «… un hombre que antes de ser mi compañero poseía cualidades excepcionales (…) el argentino que con merecida fama era jefe de la Columna 8 (…) del que conocía la leyenda que se había extendido por todo el país; de cuyas hazañas se hablaba casi a diario por la clandestina Radio Rebelde (…) el hombre que, a pesar de su aparente severidad, yo conocía en sus fibras más íntimas (…)».
Aleida lo ha escrito con humildad. Dice que nunca se ha considerado una escritora y que solo ha pretendido «garabatear lo vivido». En esta obra, dice, «están mis remembranzas (…) volqué en blanco y negro mis recuerdos más queridos. Espero que los que lean mis notas aprecien cuánto esfuerzo y dejación hice de mis cartas, mis poesías, que hasta ahora guardaba (…) muy dentro de mí…».
Cómo nació ese amor
Cuenta Aleida: «La historia comenzó con “mi encuentro” con el comandante Ernesto Che Guevara en el Escambray …». Debía permanecer en esas montañas del centro de la Isla hasta que recibiera otra orden. Pero aclara que el hecho ha sido motivo de fabulación de escritores y periodistas, cuando nada tuvo que ver con cuentos de hadas y príncipes encantados.
Confiesa en su texto que a partir de aquel hallazgo mutuo, aquella relación, sin apenas darse cuenta, su vida dio un giro sin retroceso.
«Tuve jóvenes enamorados, pero en realidad nunca sentí la emoción del amor, aunque hice algún que otro ridículo creyéndome enamorada de alguien». Ofrece pormenores interesantes de cómo se vinculó al movimiento revolucionario como combatiente clandestina en la antigua provincia de Las Villas y el cumplimiento de órdenes de trasladar a diferentes compañeros hacia las montañas. Subió al Escambray también para trasladar 50 000 pesos, bien colocados a su espalda con esparadrapos, lo que le hizo más difícil su caminata hasta Gavilanes, el primer campamento organizado por el Che en el territorio libre de Las Villas.
La acompañaba Marta Lugioyo, abogada y miembro del Movimiento.
Le gustó la mirada del Che
«Después de las presentaciones —las hizo el Comandante médico Oscar Fernández Mell— y en un aparte, Marta Lugioyo me preguntó qué me había parecido (el Che) a lo que, sin vacilar, le respondí que no me parecía mal y que lo más interesante era su mirada, más bien su modo de mirar. En cambio, Marta, me dice que tenía unas manos muy hermosas (…) que después pude comprobar. Éramos, en fin, dos mujeres frente a un hombre muy atractivo.»
En el Escambray, exactamente en El Pedrero, el Che, al acercarse a ella, le pidió: «Vamos a tirar unos tiritos conmigo (…) sin dudarlo me monté en el jeep para, literalmente, no bajar nunca más. El Che iba manejando. Me senté en el medio e instintivamente me pegué a él, buscando su protección…».
Recuerda que en Cabaiguán el Comandante le recitó un poema y que luego de andanzas combativas junto a él, como su ayudante en la campaña de Las Villas; en la Universidad Central, el primer puesto de mando o Comandancia rebelde en la provincia, el Che le entrega un fusil M-1 y le dice que se lo había ganado. Después le hace saber de la existencia de su esposa peruana, Hilda Gadea, que era economista, y de su hija Hildita.
Primera declaración de amor
Rememora Aleida que ellos, como era habitual en aquellos días de lucha en Las Villas, cuando partieron rumbo a La Habana, tras la liberación de la provincia, iban en un jeep, con los escoltas Alberto Castellanos, Harry Villegas, José Mendoza Argudín y Hermes Santo Peña Torres.
El 2 de enero de 1959, rumbo a la capital, en la primera parada para echar combustible al jeep, en Los Arabos, Matanzas —otros dicen que en Coliseo—, «me aguardaba un suceso que marcaría el resto de mi existencia: la primera declaración de amor que me hizo el Che. Se sirvió de un momento en que estábamos solos, sentados en el vehículo. Me dijo que se dio cuenta de que me quería el día en que la tanqueta nos cayó atrás, cuando la toma de Santa Clara, y que había temido que me pasara algo (…) en esos momentos de mi boca no salió nada…».
El 7 de enero el Che se la presentó a Fidel y a Celia. «Era la primera vez que lo veía y lo evoco como si fuera hoy. Para mí Fidel ha tenido siempre el don de volverme muda …». Y agrega Aleida que, aparte de su historia, sus méritos y virtudes, «de no ser por Fidel nunca hubiera conocido al Che».
Retoma el tema del amor y escribe: «Nosotros actuábamos como dos simples enamorados, dejándonos llevar por nuestros sentimientos, sin mucha originalidad, solo por puro placer y regocijo. Cuando íbamos en el auto, en tiempos en que aún no era su mujer, me pedía que le arreglara el cuello de la camisa, o que lo peinara, alegando que todavía le dolía el brazo: en fin, el requiebro y la velada insinuación de pedir una caricia, con un poco de socarronería. De esa forma se colmaban nuestras vidas».
«Incluso, apuntó, recuerdo con nitidez que, aproximadamente el 12 de enero, me dio a leer una carta que le enviaba a Hilda, en que le comunicaba oficialmente su separación, porque se iba a casar con una muchacha cubana que había conocido en la lucha. Le pregunté quién era esa muchacha, y me contestó que era yo (…) por supuesto; la respuesta del Che me impresionó, porque quizá era la que esperaba, pero a la vez me preguntaba cómo era posible tal cosa, si ni siquiera me lo había comentado. Muchas veces he pensado que tenía razón cuando me decía que me conocía mejor que yo misma (…)…».
«Un día de enero, en un viaje que hicimos a San Antonio de los Baños, íbamos sentados en el asiento de atrás y el Che me tomó la mano por primera vez (…) no mediaron palabras; sentí que el corazón se me había salido fuera del lugar, no sabía qué hacer ni qué decir, pero me di cuenta de que estaba enamorada (…).
«Por eso, en ese enero inolvidable, cuando entró a mi habitación de La Cabaña, descalzo y silencioso, se consumaba un hecho más que real y que en tono de broma el Che calificó como “el día de la fortaleza tomada”. Empleó esa expresión como un símil, porque a toda fortaleza, para tomarla, primero se le hace un cerco y poco a poco, después de estudiar sus puntos débiles, se decide el ataque. En realidad eso fue posible, porque yo estaba mucho más enamorada de lo que pensaba, y así de simple, me rendí sin resistir y sin dar batalla alguna…».
El 29 de mayo de 1959 el Che le dio la noticia de que Hilda Gadea había firmado el divorcio y que debía comenzar los preparativos para el casamiento. Así se lo informó ella a sus padres. La boda se efectuó el 2 de junio en La Cabaña. De aquella unión nacieron Aleidita (24 de noviembre de 1960); Camilo (20 de mayo de 1962); Celia (14 de junio de 1963) y Ernesto (24 de febrero de 1965).
En una carta, Guevara le confesaba a Aleida: «Así ha pasado una buena parte de mi vida; teniendo que refrenar el cariño por otras consideraciones, y la gente creyendo que trata con un monstruo mecánico…».
Y en una libreta de apuntes que le mandó desde muy lejos, le comenta: «Se acabó el pasado; soy un futuro en camino (…) si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada, no te vuelvas, no rompas el conjuro, continúa colando mi café y déjame vivirte para siempre en el perenne instante». Este es justamente el Che que nos faltaba.
La Aleida que supo saber
Alfredo Guevara, afirma a la entrada del libro: «Ella —Aleida March de la Torre— supo saber, la Aleida nuestra, la de todos nosotros, revolucionarios, saber supo cuánto salvar, ordenar, priorizar y entregar y de qué modo, y a quién, y cómo, y qué debía callar y esconder en el pudor o la mesura, y cuándo desgarrar su persona y entregarlo, entregar todo. Ella supo que en el dolor se afirman las raíces (…) y ahora, nos entrega en este libro (…) el Che de la ternura, del amor trascendido (…) es esa la dimensión desde la que una joven guerrillera urbana, que ha formado el carácter combatiendo, se atreve tantos años después desde esa cumbre, la de los años, entregarnos (…) de cómo de dos seres se prolonga el proyecto en cuatro vidas. De cómo cuatro vidas definen un destino (…) De cómo en el acero puede habitar la fragilidad de un poeta y un poeta, el «Poeta», desencadenar huracanes. Conocí al poeta (…) conozco a la muchacha de las firmes tareas. Ella y Él, Él y Ella, no cesarán nunca de desencadenarlos. El secreto ellos saben».
[La Voz del Sandinismo]
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